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sábado, 14 de abril de 2012

Prólogo


A veces la vida te sorprende con tanta ímpetu que parece que todo lo que ocurre a tu alrededor es un sueño, o en mi caso, una pesadilla, y cuando se trata de ésta última, no puedes huir, te apresa y te hace recordar tus peores pensamientos sin ninguna posibilidad de liberarte de esas ataduras que te afligen. Excepto una sola cosa, la realidad. Pero para mí, os puedo asegurar que eso es tan doloroso como las pesadillas.


Salí corriendo del palacio, el tiempo no estaba a mi favor, llovía de manera incesante y a causa de eso mi cabello y mi ropa se empapaba. Corría tanto como mis piernas me permitían, pero aun así no era suficiente. Desplegué las alas, que habían perforado mi piel como agujas hacia el exterior en cuestión de pocos segundos y que evocaban al plumaje de los cuervos.

Me elevé lo suficiente del suelo como para sobrevolar el bosque que se encontraba tras el castillo.
No sé si era la angustia o el terror que sentía en esos instantes, pero mi corazón latía cada vez más rápido y notaba mi cuerpo frío, congelado. ¿Por qué me sentía tan débil? Mi corazón bombeaba la sangre por todo mi cuerpo, haciéndolo temblar de tal manera, que si no hubiese sido por mis alas que me permitían alejarme del suelo, no me hubiera mantenido en pie ni tres segundos.

La duda de no saber dónde estaba mi hermana, ni lo que le pudiera ocurrir me angustiaba, eso era algo más que obvio. Sentía una tremenda desesperación por encontrarla.

-¡Haibara! -La llamé con un grito ensordecedor pero no recibí ninguna respuesta- ¡Haibara!

El silencio siguió reinando en aquel tétrico bosque, en el cuál no parecía haber rastro de vida.

Fue en ese instante cuando recordé que no estaría en el reino si su intención era asesinar a la princesa de la Luz, la cual pronto subiría al trono y sería nombrada reina. Llevaba mucho tiempo esperando este momento y mi hermana no iba a desperdiciarlo.

Quizás estuviese en Queimel, el lugar donde era más posible el encuentro entre seres como nosotros. Un lugar entre la Oscuridad y la Tierra, similar al Limbo. Un reino diferente, neutro, y absolutamente deshabitado. Víctima de cientos de guerras entre los dos mundos opuestos, con metas diferentes y formas muy distintas de conseguir sus propósitos.


Visualicé el lugar en mi mente y en pocos segundos estaba envuelta por una niebla oscura que fue volviéndose cada vez más densa hasta que mi forma no se diferenciaba entre ella, no veía nada, ni siquiera mi cuerpo. Tan solo divisaba oscuridad.
Cuando pude ver con mayor nitidez a través de ella, pude deducir que no estaba en el mismo lugar. El paisaje era muy distinto al otro donde me encontraba hacía unos instantes. Definitivamente viajé a Queimel.

El cielo estaba encapotado, pero aun así, algunos rayos de luz lograban traspasar las nubes y provocar el efecto Tyndal. El suelo era arenoso y polvoriento, apenas había árboles y plantas.
Veía grandes montañas rocosas a lo lejos, y entre ellas, escondido entre los árboles había un inmenso lago de agua cristalina que emanaba de una gran cascada. Lo sabía porque ya no era la primera vez que me encontraba en Queimel. Haibara y yo solíamos venir cuando éramos pequeñas y nuestros padres aún vivían, todo esto antes de la última guerra que se desató entre la Luz y la Oscuridad. Pero todo cambió con la noticia de sus muertes, Haibara debía prepararse para el trono que debería ocupar y por lo tanto, dejó de ser una niña demasiado pronto. Si mal no recuerdo, apenas tenía nueve años cuando sucedió todo eso.

Eché a correr en busca de Haibara. Recorrí tierra que parecía no tener fin hasta que tras unos terrenos elevados y rodeados de inmensas rocas escuché pequeños ruidos y algunas voces que a medida que me acercaba sonaban más fuertes y claras.
Exhausta de tanto correr, me apoyé en una roca mientras recuperaba el aliento.

Escuché un quejido de dolor y miré tras la roca. Allí estaba mi hermana, tirada en el suelo, pero acompañada de una joven de cabello largo, ondulado y de color lila, apagado y cenizo. Observé sumamente atenta que Haibara se levantaba lentamente, parecía cansada y dolorida. Su rostro estaba tenso y furioso mientras miraba a su contrincante con desprecio.

-¿Crees que terminarás conmigo tan fácilmente, Anabella? -Le inquirió mi hermana.

Así que ella era Anabella.
Haibara peinó bien su flequillo hacia la derecha. Era extraño, pero había recogido su largo cabello anaranjado con mechones rosas en una coleta.

-Así es, Haibara - respondió Anabella fríamente- No tienes ninguna posibilidad contra mí.

Mi hermana entrecerró los ojos mirándola fijamente mientras tensaba su mandíbula enfadada. Anabella miró hacia el suelo mientras soltaba un leve suspiro.

-Terminemos con esto de una vez.

Anabella tendió sus brazos hacia delante abriendo sus manos y observé como salían chispas. ¿Electricidad?

Haibara inmediatamente abrió una de sus manos e hizo brotar agua de ellas creando una barrera del mismo elemento. Con su mente podía mantener el agua de esa forma, o de otra si se le antojaba. Tocó el agua con el dedo índice, y la barrera de agua se fue congelando desde ese punto hasta los extremos. Pero tan pronto se había congelado, un fuerte chasquido atrajo consigo un rayo que partió el hielo en pedazos.

Mi hermana se cubrió el rostro con el brazo como escudo para protegerse de los fragmentos que volaban por todas partes. Debía ayudarla pero me sentía indefensa, y aunque había entrenado toda mi vida y preparado para ese tipo de situaciones, estaba aterrorizada.
Cuando vi que Anabella corría hacia Haibara con una daga en la mano, sentí el impulso de gritar, de correr hacia ella e impedirle que se acercase a mi hermana.

Sin embargo ella fue más rápida y empuñando la daga se aproximaba velozmente. El filo del arma atravesó la piel y las costillas, terminando por ensartar con saña el corazón.
La sangre empezó a derramarse por el torso de mi hermana y a deslizarse finalmente hasta el suelo, formando un gran charco de color carmesí.

Me llevé las manos a la boca y ahogué los gritos en mi interior.
Mi hermana sujetó la daga que tenía clavada en el abdomen y la retiró de su cuerpo soltando un jadeo de dolor y contemplándola cubierta de su sangre. Dejó caer el arma al suelo y al instante ella cayó tras no haber conseguido mantener el equilibrio.
Anabella recogió su daga y tras ese acto, percibí el olor, contenía veneno! Había bañado el filo en veneno y es por eso que Haibara… Un simple cuchillo no la habría matado, pero sí el veneno!
Ella se alejó del cuerpo malherido de mi hermana, mirándola fijamente a los ojos de forma impasible y fría.

Haibara exhaló su último aliento y yo horrorizada salí de detrás de la roca desde donde había presenciado aquella escena.

¡Haibara! –Corrí hacía ella, mientras que mis ojos empezaban a humedecerse por las lágrimas.
Me tiré al suelo de rodillas a su lado. Anabella se encontraba a varios metros de nosotras sorprendida por mi inesperada aparición.

-No te vayas, Haibara! Por favor… - Dije con voz temblorosa mientras sujetaba su rostro entre mis manos.

-Es vuestro destino, no podéis vivir sin transmitir dolor, rencor y venganza… Sois seres sin corazón y debéis desaparecer.- Yo no dejaba de mirar a mi hermana, esperaba que abriese los ojos y me dijese que estaba bien pero eso no sucedía, oía perfectamente las palabras de Anabella que me parecían veneno quemándome y destrozándome por dentro.

-Pagarás por esto… -Dije con la voz tan ahogada por la rabia que sonó baja como un murmullo y con la cabeza agachada, mirando a mi hermana que yacía en el suelo. – ¡Te juro que lamentarás el día en haber nacido, en haber matado a mi hermana y en haber dicho esas miserables palabras!- Nada más terminar de hablar Anabella desapareció entre una luz deslumbrante y cegadora.

-Haibara… no te puedes haber ido… por favor…- Las lágrimas descendían por mis mejillas. El cuerpo de Haibara comenzó a transparentarse, su largo y fino cabello empezó a perder el color, al igual que su piel y el largo vestido negro que llevaba puesto. El cristal de color rosa que tenía sujeto en una cadena de plata era lo único que seguía teniendo su color original.

–Haibara… ¡No! ¡No, por favor! –Intentaba sujetarla pero ya era imposible, su cuerpo parecía el de un fantasma, ya no podía tocarla. Sabía que iba a desaparecer y yo no podía hacer nada por evitarlo, solo tenía la opción de contemplarla por última vez hasta que solo quedase su cristal, la fuente de energía de cualquier princesa Oscura y en donde se guardaba la sangre de Satanás.

Cuando reaccioné, había desvanecido por completo, su cuerpo ya no existía, solo quedaba su cristal rosa en el suelo. Lo cogí con la mano temblorosa y lo contemplé unos segundos, parecía imposible que todo hubiera ocurrido tan rápido, que lo único que quedase de ella, fuera un cristal en forma de rombo. Lo apreté con fuerza entre mis manos mientras lo acercaba a mi pecho con fuerza, llorando desconsoladamente.
-Haibara… ¿Por qué tú? –El cuerpo me empezó a pesar y me dejé caer al suelo sin fuerzas, mientras seguía aferrándome al cristal de mi hermana y los ojos se me cerraban cansados de derramar tantas lágrimas.

                   *                     *                     *                     *                     *

Me desperté sobresaltada en la cama, había tenido la misma pesadilla de siempre. Desde hacía seis meses sucedía siempre lo mismo. No era nada agradable recordar todas las noches la muerte de mi hermana mayor. Freya, mi hermana pequeña, había probado a darme todo tipo de hierbas relajantes, pero todo había sido en vano.

Me levanté de la cama lentamente y arrastré los pies hasta la cómoda, miré mi rostro pálido en el espejo y cogí el cepillo con el que peiné mi cabello largo, hasta la cintura y del color de la ceniza. Abrí el cajón de la cómoda y busqué la diadema que siempre me ponía para adornar la cabeza. La encontré y me la puse atándola con las finas cintas que tenía, era la diadema que más apreciaba, mi madre solía ponérmela cuando era pequeña. El color negro de ésta contrastaba con el gris de mi cabello, mientras que mis ojos violetas hacían juego con una pequeña rosa del mismo color que estaba cosida a la diadema. Me quité el camisón y me puse un vestido largo y negro, de mangas largas y con varios volantes blancos al final de cada una.
Suspiré desolada y me senté en un sillón de terciopelo que estaba junto a la ventana, me reposé en él y observé como las gotas de lluvia se deslizaban por la ventana lentamente durante horas. Quería estar así siempre, sola. Era lo mejor para mí, y para mis hermanas.



6 comentarios:

  1. Impresionante, espectacular, inigualable. Ha superado la perfección :$. Sigue así y no cambies el empleo de tu escritura.

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    1. Gracias por tu opinión :) Empleo? Por el momento es un pasatiempo, ojalá llegará a ser escritora algún día jajaja

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  2. El interprete es magnifico. Todo está muy bien pensado , redactado y organizado.
    Sigue así.
    Tienes la clase y el talento (más que suficiente ) para hacer de esto un éxito.
    Mitsuganae.

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  3. Me gusta muchísimo :)
    Aunque en la parte final, me queda un poquitín forzado la decripción de la ropa y la diadema... aunque de alguna forma lo has de poner claro xD Y la frase de q lo mejor es estar sola... queda algo colgada pero bueno, ya se entendera en los siguinetes capitulos ^^


    sigue asi, y a ver si dejas de reescribir el prologo y avanzas con la historia mujer ;P

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  4. mui bonito, impresionable y mejor k el otro prologo sigue asi k lo estas mejorando cada vez mas te doi todo mi animo y mi apoyo para lo k sea

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  5. Holaa Rosen! Soy tu ex-aliada Meru, pues que me ha encantado, como te dije antes. Tenía su momento triste y melancólico, pero GE-NIAL! :$
    Un cordial saludo, 'Escritora Rosalinda' :3

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